¿ERES DE LOS MALOS O DE LOS BUENOS?
Por: Rafael Ayala Villalobos
Cuando éramos niños y nos peinábamos de ladito, al jugar en la calle a los vaqueros y a los indios identificábamos a los indios como los malos y a los vaqueros como los buenos, en tanto que, en el juego de policías y rateros, los policías eran los buenos y los rateros los malos, entonces para organizar los equipos nos preguntábamos unos chiquillos a otros: “¿quieres ser de los malos o de los buenos?”
Ya creciditos, en la preparatoria, cuando los muchachos ya tienen peleas en el coliseo y viven la edad de la violencia porque andan a puro puñetazo, se creen mucho con su bigote chocomilero y el mundo se les hace chiquito para comérselo de un bocado.
Bueno, pues en esa etapa los más adelantados en concupiscencia y libidinosidad, decían de alguna jovenzuela de buen ver y mejor tocar que era “bien ponedora”, aduciendo con tal expresión no a que imitaba a las gallinas en cuanto a producir huevos, sino a que eran muy proclives al “actio eroticus”, o de plano ya encarrerada, al “actio connubii”, o como dicen los de La Piedad: a “coger”.
Aclaro que la expresión “ponedora” es culta y acertada. Si a usted le dicen que “es muy ponedora”, le están queriendo decir elegantemente que es una “chica mala”. Hay una rama de estudio de la Teología que se llama “ponerología”, del griego “poneros”, que quiere decir “el Mal”. De ahí también vienen expresiones lujuriosas en el “actio sexuales” como cuando el varón le dice a la mujer “poneros en cuatro”.
Pero creo que me estoy apartando del tema de si somos de los buenos o de los malos. Para saberlo primero hay que ver si hay o no hay mal, o sea, si existe o no, porque con el mal nos han asustado desde niños y ha resultado un eficaz mecanismo de control social, político y familiar.
¿Recuerda cuando nos decían para obligarnos a comer la sopa: “tómatela o ahí viene el coco”, identificando al “coco” como el summum de la maldad?.
¿Pero de verdad existe el mal o es puro invento de los malosos?
Mi amigo el Padre Samuel Anguiano, muy querido por mí y por los piedadenses, que fue Párroco en Río Grande –felizmente ya está con Dios-, una tarde de jueves lluvioso de Corpus Chistri entre tequila y tequila nos pusimos teológicos y me explicó con el argumento del abogado, político y Obispo de Hipona, San Agustín, que sí, que sí hay mal, pero como ausencia del bien, algo así como que cuando no hay color ni luz, hay negrura.
- Padre, pero Dios hizo todo, entonces también hizo el mal?
- No -me replicó- Dios hizo solo lo bueno, cuando hay mal es porque no hay bien. El hombre anula el bien y entonces aparece el mal. El negro es la ausencia de luz…
- Oiga Padre -volví a la carga- como mexicanos vemos y sufrimos mucha maldad que provoca destrucción de instituciones, dolor físico y emocional, enlutamiento de familias…, y no es porque algo se ausente, sino porque con brutal materialidad y substancia aparecen muchas manifestaciones del mal.
- Es porque con el libre albedrío que Dios nos dio –me explicó- elegimos no hacer el bien y entonces llega el mal.
- Padre –le inquirí angustiado- pero si Dios nos hizo y de nosotros brota la acción o la omisión de no hacer el bien, ¿no será entonces el mal una derivación consustancial de la Creación?, ha de disculpar, Padre, pero estoy hecho bolas.
- ¡Salud, Rafael, luego seguimos platicando! –concluyó por ése día-.
El mal ha traído loca a la humanidad desde que existe sobre la faz de la Tierra. Primero Eva sonsacando a Adán, luego Caín queriendo hacer una alcancía en la cabeza de su hermano Abel con la quijada de un burro. ¡Qué bonita familia!. Y así sucesivamente por los siglos de los siglos ¿amén?
Por eso el tema del mal lo han tratado también la filosofía con la ética por delante, la antropología y la política, entre otras, como la psicología.
La política ha sido la más eficaz a la buena hora de frenar el mal.
Nunca se acabará porque el mal es consubstancial a la naturaleza humana, pero la política ha creado al Estado y organizado lo público, al gobierno y a las leyes a partir del entendimiento de que el hombre es un jijo de la fregada.
El Estado atiende la parte mala del ser humano y diseña leyes para acotarlo, contenerlo, regularlo, y en su caso sancionarlo a las buenas o a las malas como los gringos que se llevaron al Mayo en agosto en las narices de los que lo protegían.
Lo más complicado es que los malos se crean buenos como cuando algunos de la delincuencia organizada se sienten los protectores de un barrio y sus habitantes hasta les piden que pongan “orden”.
Hace poco un chico mal educado le echó humo de cigarro a una ancianita en la vía pública, para molestarla. Sus familiares acudieron para quejarse ante los chicos malos. Días después el joven fumador amaneció bien muerto, y no de causa natural.
Y es que confundimos lo malo con lo bueno.
Normalizamos la maldad.
Olvidamos que lo malo es malo aunque muchos lo hagan y que lo bueno es bueno aunque pocos lo hagan.
Incluso educamos a las nuevas generaciones en el mal, sin querer queriendo: “El que no tranza no avanza, hijo”, les decimos.
Lectora, lector queridos, estamos de acuerdo en que Nerón fue malo, también Rasputín, Pol Pot, Hitler, Nicolás Maduro y otros. El caso es que si hurgamos en los bolsillos de la historia veremos que todos ellos hablaban y hablan de que las maldades que perpetraron las hacían por un fin bueno y noble. “Salvar a la humanidad de las razas inferiores”, “Salvar al mundo de las garras de los judíos”, “El pueblo al poder”, “Salvar al país de la esclavitud del imperialismo”, “Acabar con los conservadores y sus privilegios de antes”, etc.
Sepa Dios si ellos, los malos, saben que son malos o están tan psicópatamente confundidos que creen que son más buenos que el pan.
Y ahí están las muchedumbres, sumisas e indignas destruyendo democrácias y erigiendo autocracias totalitarias al estilo de Daniel Ortega el de Nicaragua, que por malo persigue a las iglesias y a sus ministros.
Ahorita, en este tiempo todo es relativo, según los lentes que uno se ponga para ver la realidad. Por ejemplo, para ganar una batalla política alguien puede mentir diciendo que el sistema de salud está muy bien, sin importarle que la población sufra horrores para conservar o recuperar su salud.
Les decía que la política, esto es, el Estado, parte del entendimiento de que el hombre es malo, aún cuando en la filosofía política uno puede encontrar pensadores como Hanna Arendt que dijo en relación al juicio que le hicieron a Adolf Eichman, uno de los alemanes ejecutores del Holocausto judío y que fue condenado a muerte, que simplemente cumplió su deber, que siguió órdenes, por eso “no mostró arrepentimiento ni odio”, dijo Arendt, y agregó que mucha gente hace mucho mal no por malos, sino porque, blandengues de carácter, son seducidos por modas y porque su baja cultura los hace víctimas de su propio fanatismo, al punto de que se enajenan y ya no distinguen lo que es ético de lo que no lo es. De éste tipo bien podemos encontrar a más de una docena por día en México.
Pero hay filósofos de la política como Rousseau que sostienen que por naturaleza el hombre es bueno. ¿Será?
En la esquina contraria están los que sostienen que el hombre es malo como decía Hobbes en su libro El Leviathán, donde postula al Estado como un mal necesario para poder contener la maldad de los individuos.
Viene al caso recordar lo que escribió Plauto: “El hombre es el lobo del hombre” (homo homini lupus) ¡Vaya que sí!.
Otro señor, muy huraño, que nunca salió de su natal Koningberg, Alemania, Inmanuel Kant, se entrometió al tema del mal con su “Imperativo categórico”: “Actúa solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. ¡Vaya, vaya!
Don Marco Aurelio, otro de los Grandes de antes, respecto de la maldad dijo: “No vivas como si fueses a durar diez mil años. Tu destino pende de un hilo. Mientras estés vivo sé bueno”. ¡Ooórale!
Nuestro José Vasconcelos dijo que “No venimos al mundo a ser libres sino a ser buenos”. La libertad es un medio para ser buenos, pero no es un fin en sí mismo.
El mal y el bien los entendemos racionalmente conforme a nuestra cultura y civilización cristiana, de allí nuestra ética y sentido de lo justo.
Nuestro referente legal es, por lo tanto, el derecho romano, pero también Jesucristo, y sin embargo somos capaces de hacer el mal con premeditación.
Desde Platón se ha dicho mucho sobre el mal y el bien y se resume, según yo, en esto: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”.
Visto así, si lo que gustas hacer a los demás no es lo que quieres que te hagan a ti, entonces ten en claro que estás en el terreno de la maldad.
Pero (¡ta, ta, tan, con música de fanfarrias!) llegó Jesucristo a revolucionarlo todo.
Cristo, el Señor de señores, nos enseñó que no basta con no hacer a otros lo que no queramos que nos hagan a nosotros, como recomendó Platón, sino que hay que dar un paso revolucionario al frente: “Hacer a otros lo que quisiéramos que otros nos hicieran”. ¡Magistral!
Ahí está la clave.
El tema del bien y del mal no es ocioso.
Lo vivimos a diario.
Por ejemplo en las enfermedades o en los accidentes de la naturaleza.
Si una esposa con cáncer irremediable de pulmón pide que le interrumpan la vida porque cada día sufre más, algunos la consideran egoísta y mala. Y si su esposo, secretamente también desea que el amor de su vida ya muera, siente remordimiento, ¿acaso soy malo?, se pregunta.
No falta quien le aconseje al matrimonio que todo lo dejen en manos de Dios, que permitan que la naturaleza siga su curso, que el ser humano no debe intervenir, que eso es lo bueno.
Surge briosa, entonces, la pregunta: ¿si el “curso de la naturaleza” es lo bueno, entonces debemos dejar que siga el “curso natural” la apendicitis de un niño, o lo operamos?
Nada es menos “natural” que una prótesis de articulación de cadera, pero apenas ponemos peros a la cirugía de prótesis con el argumento ético de que es contrario a la naturaleza traer dentro del cuerpo algo artificial.
Cuando es para proteger, prolongar y mejorar la calidad de vida, es bueno intervenir en el cuerpo humano, de lo contrario es malo. ¿De acuerdo?
El tema del mal y del bien se complica cuando lo abundamos: resulta que hay moral pública y moral privada. Pero de eso luego platicamos. Sean felices y no le pongan tanto.