NOMÁS ESO TE FALTABA.
Por: Rafael Ayala Villalobos
Lectora, lector queridos, les platico que el 22 de diciembre pasado doña Meche regresó tempranito del mercado a la casa muy molesta: “¡Otra vez me desearon “felices fiestas”; no entienden que es Feliz Navidad. ¿Fiestas? ¿cuáles fiestas? ¡Se trata del festejo por el Nacimiento del Niñito Jesús!”. Le empiezo a decir que no se enoje, que sea tolerante, que…, pero me calla bruscamente, da un portazo y se mete a la cocina.
Su comentario me lleva a pensar que el laicismo mal entendido sigue campeando por ahí, muy de la mano del lenguaje “woke”, empleado por diversos movimientos culturales que buscan pervertir la naturaleza y confundir para manipular.
La palabra “woke”, viene del inglés “awake”, que significa “despierto” o “alerta”, y fue utilizada políticamente desde los años 40’s del siglo pasado para identificar a los que estaban conscientes de la injusticia social. Más para acá se empezó a usar para denotar inclusión en los discursos, como por ejemplo al decir “él”, “ella”, “elle”, o mediante otras palabras para enfatizar pretensiones incluyentes de las minorías por orientación sexual, por raza, por idioma, por género o por otras identidades, como cuando en lugar de decir “mujer embarazada”, el lenguaje “woke” sugiere decir “gestante”.
En el fondo, éste movimiento y otros que andan por ahí, buscan socavar los cimientos culturales y éticos de la sociedad para dividirla, provocarle laxitud a sus valores y relativizar cuanto se pueda, siempre con un fin de dominación.
Como parte de su estrategia de comunicación, social y política, desde hace varios años se ha puesto de moda decir al final del año “felices fiestas”, para no decir “Felíz Navidad”, achicando con ello la causa y el objeto de las celebraciones navideñas: que hace 2025 años nació Jesucristo en Belén, Dios hecho hombre insertándose en la historia del mundo.
Entonces no son solo “fiestas”, como la de cualquier borrachera entre amigos, son las fiestas de la Navidad. Las religiones cristianas la conciben como el advenimiento de Jesucristo, mientras que la cultura judeo-cristiana, como un reencuentro y convivencia. En desacuerdo estoy con la esterilización semántica de la moda “woke”, dizque para no agredir a la diversidad religiosa, a quienes tienen otros credos que, en México, son minorías a las que se les respeta porque en un Estado laico, hay respeto a las tradiciones y a las creencias de todos, por raras que nos parezcan como cuando en Quintana Roo vi un templecito pretendidamente cristiano no católico que para anunciarse tenía un letrero que decía: “Iglesia del Santo Prepucio del Señor”.
Belén nos pone enfrente el hecho histórico irrebatible del que brota briosa una pregunta inevitable: ¿Jesús es nada más hombre o es Dios? La ciencia de la historia ha comprobado que sí existió.
Nadie le llega: ni Buda, ni Mahoma, ni Confucio, ni Marx, ni Keneddy, ni los Beattles, ni mucho menos Putin o Maduro. Su nacimiento cambió el calendario: hay un antes y un después de Cristo. Solo Él ha inspirado más libros y escritos que nadie y nadie ha inspirado tantas obras artísticas, literarias y musicales, construcciones majestuosas y universidades, pero sobre todo nadie como Él ha alentado buenas obras y actos de amor.
Es innegable su poderosa influencia humanista que mana de su mensaje, ni su sólido impacto en los valores de la ética mundial. Investigaciones serias así lo prueban.
Personaje de excepción como lo es, provoca la pregunta: ¿fue Él un súper hombre extraordinario, pero solo eso: ¿hombre, o fue algo más? Algunos piensan lo primero, que fue un gran maestro ascendido, autor de un mensaje de amor y de paz, un profeta destacado, pero sin cualidades divinas, sin fuerza divinal. Muchos otros creen que fue divino: Dios hecho hombre.
¿Quiénes tienen la razón? Jesucristo profetizaba en el sentido de que denunciaba y anunciaba, así que en ese sentido fue un profeta.
Pero hay un detalle enorme: Jesucristo no hablaba a nombre de otro, no decía “Dios me dijo…”, sino que Jesucristo hablaba en nombre propio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al padre, sino por mí”, (¡Ajá!) (Juan 14:6). O “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, (¡Recórcholis!) (Juan 8,12).
En el famoso sermón de la montaña también se refiere a muchos preceptos tradicionales en la ley judía que Él modifica a rajatabla: “Han oído ojo por ojo… pero yo os digo, amad a vuestros enemigos…” (¡Ooórale!) (Mateo 5,38). O este otro: “Han oído no cometerás adulterio, pero Yo os digo que cualquiera que desee a otra mujer ya cometió adulterio en su corazón”, (¡Ámonos!) (Mateo 5,27).
Y luego están sus dichos con los que se asume identificado con Dios, los que le acarrearon el odio de los judíos al punto de que empezaron a quererlo asesinar. Dijo: “Yo y el Padre somos uno” (¡Sopas!). Esto, para los judíos, sonó blasfemo por no decir que los encaboronó: “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle”, (¡Puaj!) (Juan 10, 30-31).
Incluso para sus discípulos no era fácil entender lo radical de tales afirmaciones. De allí que un día Felipe agarró valor y le dijo: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. Entonces medio molesto Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?. El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: muéstranos el Padre. ¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí?”, (¡Caramba!) (Juan 14, 8).
La cosa no para ahí. Jesús el Cristo se atribuyó poderes sobrenaturales o exclusivos de Dios, como cuando dijo como si nada: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”. Y esto otro:”Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá jamás”, (Yupi!) (Juan 11: 25-27).
Podría seguir el inventario de citas de este tipo, con las que Jesús asegura indubitablemente su divinidad, pero aquí le paramos porque doma Meche ya me está llamando a desayunar.
Vuelven a brotar briosas otras preguntas: ¿Creo en Jesucristo? ¿Le creo?
Quien responda que no, entonces concluirá que Jesús estaba loco de atar o que era un chapucero.
Pero si en cambio, responden que sí, que creen en Cristo y que su origen es divino, no hay de otra que adorarlo y seguirlo.
Que no te quiten tu celebración de Navidad.
Nomás eso te faltaba.
No son “felices fiestas”, es “¡Felíz Navidad!”.
Sean felices.