¿QUIERES VIVIR ETERNAMENTE? ¡YA PUEDES!
Por Rafael Ayala Villalobos
Yo soy muy platicador. Si me preguntan algo doy extensas respuestas sin parar. Y es que como habitante de la República Independiente, Popular y Democrática de La Piedad, Michoacán, soy piedadense más que como un gentilicio, como una forma de ser cuajada desde tiempos inmemoriales. Esta característica se acentuó porque conviví desde niño con más mujeres que hombres, sin tampoco zafarme de esa inveterada costumbre que tienen los piedadenses de juntarse las mujeres con las mujeres y los hombres con los hombres en el recreo, en las fiestas, en los velorios y en casi todo.
Fui el único varón entre cinco hermanas y mi mamá me agarró de ayudante en la cocina y de su mandadero estrella porque no quería que a mis hermanas les diera ni el aire en la calle. Me llevaba con sus amigas a las reuniones de cocina y rezo en las que aprendí de las señoras trucos para cocinar con sabrosura alimentos y conversaciones. Era el fin de los años sesentas del siglo pasado.
Un día la señora Conchita me preguntó: “¿Rafaelito, de que tienes más miedo?”. “De que mis papás se mueran”, le contesté.
“¿No tienes miedo de morir tú?”, volvió a preguntar.
“Yo no me voy a morir”, le dije, aunque por dentro yo ya traía la preocupación de que un mal día podía morir atropellado como un perro que vi estirar la pata destripado por un camión de la Coca-Cola.
Entonces empecé a saber que lo único que tenía seguro es la muerte y a que a mi muerte sería al evento al que llegaría más puntual que a ningún otro.
Poco a poco fui tomando conciencia de que yo era “algo” viviendo dentro de un cuerpo y que ese cuerpo a veces se descomponía como cuando me enfermé de viruela y de que en una de esas podía dejar de vivir, liberándome para ir al cielo si me portaba bien o al infierno con don Sata, si hacía travesuras.
O sea que empecé a entender conscientemente que los cuerpos humanos son finitos. Ahora sé que eso es lo que nos hace ser mortales.
El humano muere, sí, pero es hasta cuando es consciente de su finitud que es mortal, porque entonces va comprendiendo que a diferencia de los animales habla, y que si bien la palabra utiliza al cuerpo para ser pronunciada, la palabra es la voz de su alma o espíritu.
Los animales no hablan aunque tengan laringe, faringe y lengua por la sencilla razón de que no tienen espíritu y porque no saben que morirán.
Cuando el ser humano sabe que va a morir, organiza su vida para la vejez y su muerte; ahorra dinero para sus últimos días e invierte buena conducta en el banco del cielo para ver si alcanza a comprar aunque sea una hectárea de cielo al morir.
Aquí es donde empiezan los problemas. Como el hombre habla, se comunica con otros con los que logra concordia o traba conflictos, en ambos casos necesita de normas para regularse, surgiendo así el derecho.
A esto es a lo que se refería Aristóteles cuando dijo que el hombre es un animal político: a que habla y se relaciona y por ello necesita de acuerdos políticos de los que surjan reglas de convivencia.
El origen de este embrollo es que el ser humano sabe que es mortal y que por eso mismo es mejor que sea ético y moral, que no es lo mismo, y si se apoya en una religión, tanto que mejor.
Antes del cristianismo, los dioses paganos se portaban mal, carecían de ética, les valía un cacahuate ser éticos porque se sabían eternamente fuertes, jóvenes e inmortales. ¿Para qué se iban a portar bien si endarían eternamente por estos lados dándole vuelo a la hilacha sin nunca parar?
Luego las cosas cambiaron. Hoy hay personas que razonan su vejez y muerte asi: “Creo en Dios y trato de portarme éticamente porque cuando muera ¿qué tal si sí hay Dios?, si no creo en Dios y hago lo que se me pega la gana y al morir resulta que siempre si hay Dios…!?”
Pero déjenme platicarles que las cosas están dando un giro radical. En efecto, acabo de ver una noticia en un periódico: que la inmortalidad de los seres humanos podría ser posible, según algunos científicos de Calico Labs, financiada por Google que tiene ya muchos años investigando las causas del envejecimiento para detenerlo, esperando alargar la vida o inmortalizarla, entre ellas la reconocida científica Cynthia Kenyos que hace casi 30 años demostró que alterando una letra del ADN en un nematodo de laboratorio logró que viviera durante seis semanas en lugar de tres.
Los científicos están haciendo exitosos experimentos con ratopines rasurados, que son ratas sin pelo que ya viven 30 años en vez de los diez que normalmente vivían. Así que ahí la llevan.
Pero hay más empresas como el buscador Google que ahora busca la vida para siempre, que están financiando proyectos similares. Afirman que como para el 2045 ya no nos vamos a morir. Esos proyectos han afirmado que el envejecimiento es un mal como una enfermedad curable, que puede ser parada, lo que lograría matar a la muerte; sería el fin de la edad como la conocemos ahora y sería el nacimiento de la edad sin fin. Así que las fiestas de cumpleaños perderían su encanto.
A este proyecto se ha sumado la Fundación Matusalén, financiando que la Inteligencia Artificial produzca computadoras que tengan conciencia y que sean capaces de sumar la inteligencia de todos los hombres, se supone que de los listos, no de los tarugos, para lograr superhombres eternamente jóvenes e inteligentes.
De pronto me alegré con la noticia, pero al día siguiente la idea ya no me gustó porque, por ejemplo, los más ricos luego luego comprarán su inmortalidad y, a no dudarlo, entre los ricos estarán algunos corruptos, incluidos los más sobresalientes en tan fatigante actividad y sin duda que también comprarán el servicio gentes como Daniel Ortega, Putin, Trump o Nicolás Maduro. Así que en esa circunstancia los más pobresserán beneficiados porque muriendo no tendrán que padecer corruptos y tiranos de por vida eterna. Nunca como en el futuro morir será una bendición.
Por otra parte, tampoco me gustó la idea de no morir porque el aburrimiento me invadiría. Para qué trabajar, para qué estudiar, leer, viajar, enamorarse y luego esto otro: ¡vivir eternamente con la misma mujer y la misma suegra!
Mucho menos me gustó al pensar que ya que siendo eternos tendremos tiempo de sobra y podremos hacer todo “mejor otro día”, nos haremos más desidiosos. Un ejemplo: ¿qué caso tiene ahorrar para la vejez si ésta no llegará? Y luego están los suicidios por aburrimiento que los habrá al por mayor.
Desde que el hombre es hombre ha querido ser inmortal porque no entiende que el problema de ser viejo es seguirse sintiendo joven y porque tampoco entiende que somos seres únicos e irrepetibles.
Por ello ha buscado remedios en la hierbas, en determinadas aguas y en el pensamiento para descubrir la fuente de la eterna juventud y derrotar la finitud de su existencia. Algunos se atiborran de té verde y pura agua y ya no comen granos ni carne, incluso hacen yoga aunque se vean ridículos, queriendo retrasar lo inevitable.
Un esfuerzo destacado lo es la piedra filosofal: desde muy atrás el hombre trató de extraer sustancias de la naturaleza, haciendo alquimia (madre de la química) para convertir en oro lo que no es oro y en virtud al vicio.
Por el sendero de la química solo se han logrado apariencias de juventud eterna con el botox, los restiramientos quirúrgicos y algunos fármacos, pero la verdad es que la química solo complica las cosas, por ejemplo, si clarito se ve que el agua es agua, no tiene caso decirle H2O. Por cierto que, hablando de botox y restiramientos, el otro día en la mañanera del pueblo, vi a una señora que se parecía mucho a nuestra presidenta.
El artículo periodístico asegura que lo de la inmortalidad brincará de los cuentos, la ciencia ficción y del cine a nuestra realidad, la de aquí y ahora, o bueno, la de 2045.
Para entonces yo yaya estaré disfrutando a la izquierda de Dios –a su derecha no, porque ahí no me quieren- y rodeado eternamente de las once mil vírgenes y en una de esas hasta relevo a San Pedro que ya está medio cansado de tanto abrir y cerrar las puertas del cielo.