Joseph Ratzinger, quien fuera cardenal y posteriormente elegido papa, tras la muerte de Juan Pablo II, fue un representante de la iglesia católica que hizo historia desde el comienzo de su papado.
Al inicio se habló de que sería un papá de transición, con un pasado que algunos consideraban oscuro, pues se dijo que había participado en la segunda guerra mundial formando parte de las filas de nazismo.
Ya una vez electo papa, el Vaticano le encargó la aplicación de la doctrina eclesiástica y la disciplina del clero. Como consecuencia, fue uno de los pocos cardenales que estaba en contacto regular con los otros cardenales.
Además, Juan Pablo II mejoró aún más sus probabilidades nombrándolo decano del Colegio Cardenalicio, encargado de votar para elegir un papa donde él tuvo que guiar a los cardenales en un proceso poco común.
En no pocas ocasiones dijo que si la Iglesia fuese más pequeña, por lo menos tendría a los verdaderos defensores de la fe.
Pero al mismo tiempo, y quizás fuese una contradicción, él mismo se enfrentó a una especie de relativismo moral.
A medida de que el escándalo descendía sobre la Iglesia y sacerdotes a ambos lados del Atlántico eran acusados de abusos sexuales de jóvenes y niños, se hizo claro que Benedicto, como cardenal, había ignorado lo que ocurría o no había disciplinado al clero acusado de pedofilia.
Muchos católicos recordarán muchas cosas o no del papado de Benedicto XVI, pero lo que no olvidarán es cómo terminó, y es que su repentino anuncio de que iba a renunciar, lo convertiria en el primer papa en 600 años en realizar está acción, y su partida dramática dejó a la Iglesia en territorio inexplorado.
Tras los escándalos Benedicto XVI, fortaleció las leyes eclesiásticas en contra del abuso sexual, aumentó los castigos por crímenes sexuales y extendió la ley de prescripción.
Pero a lo largo de su papado, Benedicto no logró superar el escándalo.
Había otras controversias alrededor del papa antes de ser elegido. Benedicto insistió en que sólo la Iglesia católica podía guiar a los fieles a su salvación. Que el catolicismo era la única fe verdadera.
Esta declaración, por supuesto, molestó a cristianos de otras denominaciones. También enfureció a los musulmanes con un discurso al principio de su papado, cuando citó a un antiguo emperador que tachó al islamismo de maligno e inhumano.
Una gafe por la que después se disculpó.
Después de renunciar, Benedicto XVI se convirtió en lo que la Iglesia llamó un papa emérito.
Él nunca explicó claramente qué problemas lo llevaron a dimitir. Solo que ya no tenía fuerzas para continuar. Por eso y por otras razones, es probable que a Benedicto XVI no se lo recuerde con el mismo afecto que se le da a su predecesor, sino como una figura de transición que trató de guiar a la Iglesia durante tiempos difíciles.