DENGUE, CACAHUATES Y DESIGUALDAD SOCIAL
Por: Rafael Ayala Villalobos
Lectora, lector queridos, les platico que en el último cuatrimestre del año pasado doña Meche me tenía comiendo cacahuates al por mayor: tostados o cocidos, o con sal, limón y salsa Maga, también mezclados con miel, o como fuera, pero con la condición de que tuvieran su cascarita rojiza, ése pellejillo que envuelve el fruto seco. Me decía que cuando era niña, en temporada de mosquitos su abuelita les daba muchos cacahuates “para que no se enfermen de dengue”, les explicaba. Por supuesto que yo no creí eso, pero los comía para acompañar mis cervezas.
Pues cuál fue mi sorpresa cuando en diciembre pasado leí una noticia informando que en Córdoba, Argentina, una región cacahuatera, el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Salud y el Instituto de Biotecnología Ambiental y de la Salud están haciendo pruebas de efectividad en humanos – tanto preventivas como curativas del dengue- empleando el extracto de la cascarilla del cacahuate que por lo demás siempre se ha sabido que el maní es antimicrobiano y antioxidante.
Los primeros y alentadores resultados fueron publicados en la revista científica “Plants”, anunciando que la idea es que en algún tiempo haya un fitofármaco para tratar el dengue que hoy por hoy se va por la libre: no hay vacunas, ni existen medicamentos antivirales y preventivos, como bien dice la doctora en microbiología y en ciencias biológicas del Centro Nacional de Investigaciones en Ciencia y Técnica de Argentina, Carola Sabini.
Les cuento lo anterior porque luego de una corta pausa, por el frío, ya empieza a haber otra vez dengue en la región de La Piedad y hay que tomar precauciones.
Algunas de ellas son consumir vitamina B porque hay médicos que aseguran que la exudación de ésta vitamina, no le gusta el mosquito Aedes aegypti, que es el responsable de andar infectando de dengue a los humanos. Otro paliativo es usar repelentes de moscos, vestir manga larga e instalar pabellones de tela de mosquitero en las camas. Algunos recomiendan untar pasta dental con café instantáneo y clavo de olor y/o canela en una servilleta de papel grande, enrollarla dentro de un frasco de vidrio y prenderle fuego como si fuera una mecha. El olor que despide ahuyenta a los moscos.
Claro que hay que descacharrizar: no hay que tener recipientes donde se pueda acumular agua, tapar los tinacos, tirar llantas viejas y cualquier tipo de trastes, corregir desniveles en las azoteas donde se encharque el agua de lluvia, limpiar terrenos baldíos y desenyerbar lotes, entre otras recomendaciones que hace el sanitarismo público.
Cuando el dengue le da por segunda ocasión a una persona, es probable que tenga dengue grave o hemorrágico que, de no atenderse debidamente ni estar al pendiente de las plaquetas, suele morir en un 50 por ciento de los casos, según la Organización Panamericana de la Salud, que reporta que estamos en la peor etapa de contagios desde 1980 con 12 millones 600 mil casos de dengue registrados en 2024, tres veces más que en 2023. Según la Organización Mundial de la Salud, a nivel mundial se enferman entre 50 y 100 millones de personas por año.
La enfermedad del dengue asalta de repente a la persona que se contagió entre 5 y 7 días antes. En la fase crítica de la enfermedad se pierde plasma, esto es entre el tercer y el séptimo día de inicio de la fiebre. El mal dura 11 días, más o menos.
En los últimos años el dengue es uno de los principales problemas de salud pública en México, en Michoacán y en La Piedad, según el Centro Nacional de Epidemiología.
Seguramente que los gobiernos municipales y las autoridades responsables del sanitarismo público acordarán estrategias conjuntas para defender a la población de este mal terrible que ha aumentado drásticamente en parte porque no se fumiga bien, porque no se utilizan con suficiencia y oportunidad los químicos antidengue, asimismo porque hay acciones que deben realizar juntos la Jurisdicción Sanitaria y los municipios como por ejemplo: concientizar a la población amplia y urgentemente; repartir pabellones y repelentes –hasta cacahuates, si hicieran el favor-; limpiar terrenos exteriores e interiores de viviendas con participación de la sociedad civil; entrar a casas con riesgo o donde haya personas contagiadas a efecto de aplicar las medidas sanitaristas de rigor; establecer cercos sanitarios; que el sector privado de la medicina informe al gobierno municipal y a las autoridades de salud a fin de evitar subregistro de casos; entre otras medidas como prevenir el abasto de plasma mediante un sistema altruista de recolección.
Hasta donde sé, el gobierno federal le está apostando a combatir el dengue quitándole hábitat al mosquito vector, esto es, concientizando a la población de evitar que el agua limpia se almacene en sus casas porque el mosquito Aedes aegypti es delicado: gusta de poner sus huevecillos solo en agua limpia.
Como se sabe, el agua de lluvia es limpia, si cae en una taparosca de Cocacola, ahí el mosquito asesino pondrá sus huevos.
Yo no soy experto en epidemiología, pero sé que pasarán muchos años para que entendamos que debemos evitar la acumulación de agua limpia o sucia…
Ahí nos van a hallar, como dicen en mi tierra. Creo que una cosa no quita otra: puede emprenderse la reeducación sanitaria de la población y contemporáneamente aplicar medidas como la nebulización con insecticidas como el Malathion,o la Flupyradifurona y la Transflutrina, entre otras medidas aplicables.
El problema tiene otro aspecto: hay que reconocer que los factores sociales y económicos son determinantes en la persistencia de esta enfermedad.
El dengue no solo es una enfermedad transmitida por un mosquito: es consecuencia de las desigualdades socioeconómicas. Las zonas y los barrios más pobres son los más afectados; algunos no tienen agua potable de continuo, ni tienen tinacos adecuados o de plano, por pobres, no cuentan con ellos, debiendo cachar agua de lluvia en recipientes no tapados o almacenar agua en recipientes abiertos, lo que favorece la reproducción de mosquitos.
El dengue es una enfermedad que desnuda la pobreza y las desigualdades sociales por un reparto injusto de la riqueza que, hay que repetirlo, es socialmente producida y privadamente apropiada.
Otro factor es el crecimiento urbano desordenado que ha incrementado las viviendas informales en las que se acumulan, junto a la miseria, los residuos acuosos, donde el saneamiento es casi nulo y que por lo tanto propician la diseminación del dengue.
La verdad es que atender el brote del dengue va más allá de combatir el mosquito vector. Hay que mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la gente y promover entornos saludables que reduzcan la vulnerabilidad de la población menos favorecida.
Hace falta un enfoque que no se limite al control del mosquito o la atención cuando ya se ha contraído la enfermedad, sino que también se avoque a los factores sociales y económicos que generan este problema de salud que, dígase lo que se diga, perjudica más a la clase trabajadora del campo y de la ciudad.
El dengue afecta la economía ya que provoca gastos y pérdidas de productividad; favorece el ausentismo laboral.
Insisto aunque redunde: la pobreza y la desigualdad son factores que aumentan el riesgo de desarrollar dengue, asimismo, la falta de información y de buenas prácticas de higiene y aseo en el hogar, por eso hay que mejorar las costumbres de las personas y de la comunidad y atender los factores socioeconómicos del dengue, entre ellos la pobreza, la incultura y la desigualdad.
A los piedadenses nos dará mucho gusto saber que la federación volverá a nebulizar y que las diferentes autoridades ya tienen un plan conjunto para combatir al mosquito vector con la necesaria participación ciudadana.
Don Luis Pasteur dijo: “El microbio es nada, el terreno es todo”. En efecto, así es, son muy importantes los factores que interactúan y que dependen de la sociedad, del gobierno, del hombre y del entorno.
¿Cuáles factores?, preguntará alguien. Los factores económicos y sociales, el estilo de vida, las malas condiciones en las casas, la desigualdad, el desempleo, la pobreza, la corrupción, la migración, la urbanización descontrolada, el aumento poblacional, la inadecuada eliminación de aguas de desecho…
Así que mientras tanto, a comer cacahuates y, dicen, beber agua de coco.
Sean felices.