Colombia llora el fallecimiento del nonagenario pintor, escultor y dibujante, Fernando Botero, el artista colombiano más universal, ha fallecido este viernes a los 91 años.

Botero, murió en su casa en el principado de Mónaco, según ha confirmado esta mañana.

Las exposiciones del artisra no solo se han mosttado en los principales museos del planeta, sino que sus cuadros y esculturas habían llegado a mover ya en ese momento casi 60 millones de dólares en el mercado del arte.

En los últimos años, esa cifra se ha más que duplicado con el creciente prestigio del maestro, pues su ranking era apenas una confirmación de lo que ya se sabía: Botero era el primer colombiano en convertirse en un artista universal.

Pocos pintores en lanhistoria han logrado probar las mieles del éxito de venta de sus pinturas, pero son ain menos los que alcanzan esta meta en vida como Botero, pues ni Van Gogh, ni el Greco, ni Rembrandt, ni muchos otros pudoeron ver cosechwr su éxico, ya que solo les llegó su momento en la posteridad.

Quoenes han seguido la traywctoria del maestro Fernando, afirman que su éxito es una mezcla entre talento, terquedad y entrega. Él mismo se definió como hijo de una “familia venida a menos”.

Su papá había trabajado como arriero para sacar adelante a sus tres hijos, pero falleció cuando Botero tenía 4 años, y su madre, aunque era una mujer abnegada a la familia, tuvo muchas dificultades para sostenerlos.

La comida y las comodidades escaseaban a menudo. Por eso, cuando le preguntaron en una reciente entrevista en la revista Diners por esos años de su vida, el pintor solo se limitó a contestar que “cuando falta plata no se puede hablar de una infancia feliz”.

Botero se encontró con el arte casi por accidente. A los 15 años Botero estudiaba para ser torero y se le ocurrió vender dibujos a la salida de la Plaza de La Macarena. Tenía por la fiesta brava un gran encanto, pues su tío Joaquín Angulo lo llevaba con frecuencia.

Le fascinaba el cartelista mexicano Carlos Ruano Llopis, que en ese momento para él era “como Picasso”, y empezó a imitarlo. Y cuando vendió una de esas obras, ¡a 2 pesos!, comenzó a considerar dejar el toreo y volverse un artista.

Consiguió trabajo como ilustrador del diario El Colombiano y con el sueldo se pagaba el colegio. Pero como pintaba desnudos y escribía sobre marxismo, el padre Félix Henao lo describió delante de todo el curso como una “manzana podrida” y lo expulsó.

El pintor se reía de ese episodio, pues el centro educativo que llevaba el nombre del sacerdote se llama Fernando Botero, como un homenaje que le hizo la Alcaldía de Medellín.

Recién salido del colegio, tomar la decisión de vivir de sus dibujos era difícil. “En Colombia ser artista era como ser el bobo del pueblo”, dijo Botero en alguna oportunidad.

Su propia mamá le advirtió que se iba a morir de hambre, pero Botero nunca le ha temido a nadar contra la corriente, así que no solo siguió pintando, sino que en 65 años no ha dejado de hacerlo. Desde esa época se ha entregado a sus lienzos y a sus esculturas más de ocho horas diarias, sin importar feriados ni vacaciones.

En estos últimos años, Fernando Botero llevó una vida plácida con el fruto del trabajo sin tregua que tuvo en sus más de 90 años de vida. Su principal residencia era Montecarlo, pero tiene otras en Nueva York, en París, en Bogotá y en Rionegro (Antioquia).

Era quizás el lugar favorito para pasar los días con Sophia Vari, su compañera de vida, y quien también falleció hace poco. Sus tres hijos (Lina, Fernando y Juan Carlos) y varios nietos llenaron de amor y de gracia su vejez. Esa fue la mayor satisfacción de un hombre que pasó los 90 años rodeado del amor de su familia, del afecto de sus amigos, del reconocimiento de sus compatriotas y de la admiración del mundo entero.

Por Staff

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