En una entrevista con Larry King en 1992 se produjo un diálogo revelador respecto a lo que ocurrió días e instantes antes de que el artista John Lennon, fuera asesinado por quien decía ser su fan:
Mark David Chapman llegó a Nueva York el 6 de diciembre de 1980. Tenía pocas cosas en su equipaje. Varios discos de los Beatles, alguno de Lennon, su ejemplar ya herido de El Guardian Entre el Centeno, un 38 especial y varias balas.
Se alojó primero en un hostel de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) pero al día siguiente se mudó al Sheraton.
Caminó por la ciudad. Pero volvía siempre al Dakota, a la calle 72 frente al Central Park, donde vivía John Lennon. Se cruzó con el actor Robert Goulet y le pidió una foto. También vio a James Taylor por la calle. Se interpuso en su camino, lo saludó e intentó entablar una conversación.
El cantautor vio que ese hombre que transpiraba profusamente y con ojos perdidos no estaba bien, y apuró el paso. Chapman le preguntó si podía contactarlo con John Lennon, que tenía algo para darle. Taylor no respondió.
Chapman lo siguió unas cuadras hasta que pasaron frente al Dakota. Su perseguidor se detuvo en la puerta del edificio.
El 8 de diciembre, Chapman dejó la habitación de hotel temprano y caminó las pocas cuadras que lo separaban del Dakota. Allí montó guardia.
Mientras esperaba leía, una vez más, la novela de Salinger. En la primera página había escrito: “Yos soy Holden Cuafield. Esa es mi declaración”.
Se distrajo leyendo el libro y se perdió el paso de Lennon. Apenas llegó a ver a su hijo Sean, de 5 años, rozó su mano y le dijo “Beautiful Boy” (Niño hermoso) parafraseando una canción de John.
Se quedó ahí en la vereda. A media tarde, John volvió a aparecer junto a Yoko. Iban al estudio a seguir grabando. Alguien vio a Chapman parado expectante con la copia de Double Fantasy en la mano y lo animó a acercarse para tener su autógrafo. John firmó el disco. Y asesino y víctima se miraron a los ojos, aunque Lennon no supiera lo que le esperaba.
Casi seis horas después, Lennon y Yoko volvieron al Dakota. Y Mark David Chapman, pegó un grito llamando la atención del músico, se cuadró como un tirador y disparó cuatro veces.
John Lennon, había sido asesinado.
Después Chapman se quedó parado. Inmóvil. No había emoción en sus gestos. Ni alegría, ni furia, ni tristeza. Nada. El portero del edificio le manoteó el arma. Fue una maniobra arriesgada porque José Perdomo, el hombre del Dakota, no sabía cómo iba a reaccionar el asesino. Pero, al mismo tiempo, fue sencilla.
Chapman no se opuso. Sus ojos buscaban lo que pasaba dentro del edificio, en el hall central. Perdomo, ya con el arma en su poder, le gritó: “¿Sabés lo que hiciste?”. “Sí, le disparé a John Lennon”, respondió Chapman. Después, sacó de su bolsillo la novela de Salinger y siguió leyendo.